Es prácticamente inconcebible para un europeo que nadie haya habitado durante milenios el desierto del Sáhara. El calor, la sal que se cuela entre los labios agrietados por el viento, la sed, el sol angustioso, las tormentas de arena, todo ello se retuerce en el imaginario colectivo europeo como un sinónimo de muerte envuelta en espejismos. Y más inverosímil sería aún considerar que no se trata sólo de un pueblo, sino multitud de ellos, disgregados en distintas etnias y agrupaciones, quienes han aprendido a amoldar su realidad para sobrevivir al desierto y, lo que es más importante: permitirse la capacidad de soñar lo que desean.
Como ocurre con todos los pueblos del mundo, los distintos habitantes del Sáhara sueñan con su tierra. Nada es más importante. La tradición nómada que se atribuye de forma habitual a los pueblos del Sáhara, sumada a la creencia de que el desierto se limita a una explanada árida y sin un valor comercializable, lleva a un error común al considerar que los habitantes del Sáhara vagan de aquí a allá sin rumbo fijo, siempre en movimiento, donde las fronteras son para ellos algo antinatural y traído junto con el pensamiento europeo. Pero pensar algo así sería incorrecto. ¿Dónde irían a descansar los bereberes tras sus largos viajes si no pudieran retornar a un oasis donde les esperan sus esposas? ¿Qué comerían los camellos y qué suelo pisarían con seguridad si cada palmo de terreno que atraviesan perteneciese a otros? Ni siquiera el agua es más importante que la tierra; a fin de cuentas, el agua aquí se saca de los pozos que se hunden bajo la arena.
Hasta ahora hemos llegado a dos conclusiones fundamentales a la hora de comprender el norte de Mali: que multitud de pueblos habitan el Sáhara y que la tierra, su tierra, es importante para ellos. Y no es poca cosa. Sólo así podríamos explicar que los saharauis sigan luchando por su independencia, o que los tuareg ocuparan el Air (macizo montañoso ubicado en el actual Níger) en el siglo XI, igual que aprovecharon la decadencia del imperio de Mali para apoderarse de un generoso número de ciudades sahelianas ubicadas más al sur de sus tierras tradicionales. Sólo comprendiendo la importancia de limitar un territorio en prácticamente todas las culturas explica que los tuareg, una ramificación étnica de los bereberes, se hayan dividido históricamente en distintas confederaciones que se limitaban a territorios muy concretos como Air, pero también Adrar des Ifoghas, Ahaggar o la meseta de Tassili n’Ajjer, entre otros. Igual que los moros (llamados mauri por los romanos y cuya definición antropológica no casa exactamente con la atribuida por la cultura popular española) se impusieron a las poblaciones tuareg entre los siglos XIII y XVIII, extendiendo su influencia hasta el valle del río Senegal e intercalando una tradición nómada con una sociedad jerarquizada que también habitaba ciudades.
Sólo comprendiendo la existencia de estas confederaciones y grupos en expansión con su propio territorio mínimamente delimitado puede entenderse el nacionalismo que reúne a los pobladores del desierto en el norte de Mali, en su sueño por instaurar una nación que ellos llaman Azawad. Y que Azawad puede considerarse como la principal amenaza para la integridad territorial maliense. La nación soñada tendría 930.000 km2, tres veces el tamaño de Italia, el 70% del territorio que ocupa Mali actualmente, y llevan sucediéndose revueltas que buscan su escisión en 1916, 1963, 1990, 2006 y 2012.
Tampoco debe olvidarse que el norte de Mali lo habitan igualmente comunidades de la etnia peul, que también se presuponen nómadas por su tradición ganadera. Pero los peul, conocidos como fulani en las zonas de habla inglesa, instauraron una serie de reinos entre los siglos XVII y XIX, reinos con una fuerte presencia en ciudades como Gao (Mali) o Kano (Nigeria) y que demuestran la importancia de la tierra y la faceta sedentaria de quienes son considerados (de forma errónea) itinerantes en exclusiva. Y es en la región Gao donde también habitan algunos núcleos de la etnia songhai, que llegaron en torno a la década de 1960 y que son considerados como los descendientes de un importante imperio africano que alcanzó los 800.000 km2 durante su apogeo en el siglo XVI.
Lo itinerante y lo sedentario confluyen en el Sáhara con el deseo de la tierra, dividida en multitud de etnias y agrupaciones de diferentes orígenes y con ambiciones diversas en función de sus tradiciones y los vínculos familiares. Evidentemente, considerando las dinámicas que rigen el mundo desde la firma del contrato social, es absolutamente imposible imaginar que el norte de Mali se divida en decenas de Estados en base a su origen étnico y pensar que dichos territorios no vivirían constantemente amenazados por las potencias vecinas o guerreando entre sí. Es por ello por lo que la aglutinación de reinos independientes que surgieron y cayeron en el norte de Mali de la mano de las distintas etnias involucradas a lo largo de la Historia se haya ideado hoy bajo el nombre de Azawad: un único Estado que reúna las partes que comparten los sueños vinculados a la tierra de todos sus habitantes.
Azawad es el país de los tuareg, de los moros, los árabes que fueron infiltrándose en el territorio durante el medievo, los peul, los shongai, descendientes lejanos de los almorávides que no fueron a la Península…. Pero es comúnmente confundido con un Estado soñado que aúna en exclusiva las ansias territoriales de los tuareg, que están además divididos en múltiples grupos cuyos intereses vitales no siempre confluyen. Por ello sería erróneo calificar de “rebeldes tuareg” a quienes combaten por la independencia de Azawad en la actualidad; porque son muchas más comunidades las que participan y ni siquiera los tuareg pueden considerarse como un único grupo.
Esta amalgama de etnias y subgrupos se traduce en la amplia variedad de tipos incluidos dentro del proyecto de Azawad y en los distintos intereses que los guían. Así, en base a las distinciones étnicas que confluyen, encontraríamos por un lado el Movimiento Árabe de Azawad (MAA); por otro, el Movimiento de Defensa de la Patria (MDP), formado por individuos de la etnia peul; y por otro, el Grupo de Autodefensa Tuareg Imghad y Aliados (GATIA). Los fines de cada uno son diversos. Mientras que el MAA se limita a garantizar la seguridad de las poblaciones árabes de la zona y el MDP conforma un carácter nacionalista fulani claro, aunque están asociados algunos de sus miembros al fanatismo religioso, GATIA aboga por una política regionalista y ha combatido contra independentistas y grupos yihadistas junto al gobierno maliense, proponiendo en su lugar una evolución menos extremista del movimiento que permita el desarrollo de la zona sin necesidad de escindirse del resto de Mali.
Los orígenes de otros grupos son incluso más difusos. Es el caso del Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), creado en 2011 a partir de la fusión del Movimiento Nacional del Azawad (MNA) y el Movimiento Touareg en el Norte de Malí (MTNM). Mientras que el gobierno de Bamako asegura que sus integrantes pertenecen en exclusiva a la etnia tuareg, desde la dirección del MNLA aseguran tratarse de un movimiento político-militar que escucha a todos los pueblos de Azawad, aunque un vistazo a sus cabecillas (todos ellos pertenecientes a tribus tuareg) hace pensar que la versión de Bamako se acerca más a la realidad.
Además del factor étnico, a la hora de observar Azawad hace falta considerar el factor religioso. Es evidente que la totalidad de las poblaciones del norte de Mali practican la religión musulmana y que su relación con el islam ha sido fundamental en su pasado. Así, las incursiones de los peul en el siglo XVII recibieron el sobretítulo de “yihad fulani” por su carácter proselitista, mientras que los árabes y los moros fueron agentes fundamentales en la islamización del territorio en el medievo. No debería extrañar a nadie que se registrara la participación de grupos de corte islamista como Ansar Dine (del que posteriormente nacería el Movimiento Islámico de Azawad) o el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO) durante la revolución de 2012, cuando los grupos de Azawad más populares arrebataron las ciudades de Tombuctú y de Gao a las autoridades malienses.
La confluencia de grupos étnicos e intereses religiosos llevaron precisamente en 2012 al fracaso de la revolución. Una vez alcanzada la ciudad de Tombuctú, los distintos líderes diferían en las bases que sostendrían el futuro Estado de Azawad, donde facciones como el MNLA avocaban por una nación laica mientras que grupos islamistas como Ansar Dine o diferentes katibas históricas en la zona deseaban la creación de una república islámica que se rigiera por la sharía. Igualmente, aún existían grupos contrarios a una independencia absoluta frente a los que deseaban una secesión total. Dentro de este vaivén de ideas contrarias, los grupos de Azawad terminaron enfrentándose violentamente entre ellos en Tombuctú y en Gao; los islamistas consiguieron hacerse con el mando de la revolución, que transmutó de su naturaleza nacionalista en una religiosa y admitiendo finalmente en el territorio la entrada de grupos salafistas como el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS) o el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM). Los grupos se disgregaron, cada uno por su lado, y se inició así el caos que impera hoy en Mali.
Debe resaltarse que estos grupos islamistas o fundamentalistas, estén o no vinculados al sueño de Azawad, cuentan entre sus filas con combatientes venidos de toda la región, más allá de la comunidad tuareg, lo que refuerza la idea de que titular a los rebeldes como tuareg es errónea. Es más, desde Bamako se aplica el mismo término a la hora de tratar a los independentistas “de pura cepa” y a los yihadistas: son terroristas. Y no cabe más discusión al respecto.
Azawad se ha convertido así en un concepto ambiguo. Para unos se trata de una república islámica y otros la consideran una nación laica; la religión es la base fundacional de unos y un accesorio relativamente útil para otros. Esta división generada a lo largo de siglos por las diferencias étnicas y religiosas, evidenciada en la última década, ha sido el mayor obstáculo que han encontrado los independentistas en la persecución de su sueño, mayor incluso que los esfuerzos ejercidos por las Fuerzas Armadas de Mali (FAMa).
Desde la debacle de 2012, los grupos que buscan la secesión de Azawad han procurado subsanar sus errores en busca de una unidad que fortalezca su posición. Un intento serio de unificarse tuvo lugar en octubre de 2014 mediante la creación de la Coordinación de Movimientos de Azawad (CMA), que agrupaba organizaciones entre las que se incluirían el MNLA, el MIA o el MAA. Destáquese la comunión entre el MNLA (laico) y el MIA (islamista), donde otros grupos procuraron integrarse dentro de la CMA sin que sus socios originales lo permitiesen. Esta negativa a que grupos como la Coalición de Personas de Azawad (CPA) o el Frente Patriótico de Resistencia entrasen en la CMA terminó por demostrar que la coordinación de movimientos nunca se trató de una iniciativa que aunase la totalidad de los grupos de Azawad.
Debe insistirse en que la CMA consistía en una agrupación de organizaciones que todavía mantuvieron cierto grado de independencia en sus acciones y que llevaron a profundas confusiones en los años siguientes. Por ejemplo, se comunicó en ocasiones que miembros de la CMA combatían junto con los yihadistas del JNIM contra las autoridades malienses, lo que llevó a la creencia errónea de que esta aglomeración de grupos colaboraba de forma activa con la filial de Al Qaeda en la región. Pero la postura correcta sería considerar que ciertos miembros del MIA, irremediablemente cubiertos por el paraguas de la CMA, colaboraban de forma puntual con terroristas del JNIM en cuanto sus intereses confluían y la posibilidad de aniquilar a soldados de Bamako se hacía demasiado tentadora. La CMA nunca accedió a las alianzas propuestas por el JNIM pero tampoco negó a sus integrantes que pudiesen colaborar con el grupo fundamentalista si lo consideraban necesario. Lo cual no evitó que se reafirmase el concepto de “terrorista” en Bamako a la hora de designar a la CMA y a JNIM por igual.
Otra prueba irrefutable de la diversidad étnica de los movimientos de Azawad, más allá de una mayoría tuareg, se encuentra cuando el primer líder de la CMA fue Sidi Brahim Ould Sidati, integrante del MAA y árabe de nacimiento. Brahim fue depuesto del cargo tras ser asesinado en abril de 2021.
La Plataforma de los Movimientos 14 de junio de 2014 en Argel fue otro intento paralelo a la CMA que pretendía juntar a los grupos norteños regionalistas o contrarios a las acciones extremistas. Aquí se encontrarían grupos como el MDP, GATIA, el FNL o el MPSA, entre otros. Mientras la CMA mantuvo una postura abiertamente opuesta a Bamako, la Plataforma aceptó la posibilidad de colaborar con el Estado maliense para liberarse de la violencia que trajo el yihadismo armado y buscar una alternativa de desarrollo que evitase un nuevo conflicto.
Los movimientos de Azawad estaban entonces unidos en dos grupos… y separados en dos grupos. Siempre podía considerarse una situación mejor al caos de 2012 pero seguía sin obtenerse la unidad necesaria para alcanzar una victoria, ya fuera la secesión o el desarrollo económico de la región.
Y no sería hasta mayo de 2021 cuando se firmó en Roma el tratado que precedió al nacimiento del Cuadro Estratégico Permanente para la Defensa del Pueblo de Azawad (CSP-DPA). Dicho acuerdo, obtenido gracias a la mediación de la ONG italiana Ara Pacis (fundada en 2010 bajo el Alto Patrocinio del Presidente de la República Italiana, con el patrocinio de la Presidencia del Consejo de Ministros, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ayuntamiento de Roma) consiguió unir bajo un mando único a la Plataforma de los Movimientos 14 de junio de 2014 en Argel y al CMA. En sus bases indicaba que se dedicaría a “poner en marcha los mecanismos conjuntos de lucha contra la inseguridad en todas sus formas a fin de garantizar la libre circulación de personas y sus bienes” para “lograr una mayor coherencia en la consideración de las aspiraciones de las poblaciones”.
El CSP-DPA, responsable de la matanza de los operativos rusos la semana pasada, se creó entonces en Italia como una agrupación de las agrupaciones que reunían a los distintos grupos de Azawad. Por ejemplo, el MNLA es ahora un grupo dentro del CMA, que está a su vez integrado en el CSP-DPA. Es un pequeño caos donde sólo una cosa es evidente: que los rebeldes no son tuareg en exclusiva. Si no lo eran cuando trabajaban por separado, menos lo serán ahora.
La alegría tras la firma del tratado en Roma duró poco: en septiembre de 2023, los grupos pertenecientes a la Plataforma de los Movimientos 14 de junio de 2014 en Argel anunciaron su salida del acuerdo por considerar que el CSP-PDA se dirigía hacia un conflicto armado con Bamako. En las declaraciones posteriores, reiteraron su apoyo al gobierno maliense y su intención de respetar el Tratado de Argel, aunque algunos miembros de GATIA se mantuvieron en el CSP-PDA por considerar que Bamako no había cumplido con sus promesas a la hora de combatir al Estado Islámico (que es el único enemigo común que tienen absolutamente todos los grupos mencionados en este artículo). El CSP-PDA puede considerarse como una suerte de homúnculo del CMA, aunque más legitimado que éste para “representar” a los pueblos de Azawad.
Desde el golpe de Estado en Níger y la consiguiente declaración de guerra firmada por Rhissa Ag Boula, el líder del Consejo de Resistencia por la República (CRR), en la que decía que no pararía hasta expulsar a la junta militar liderada por Abderramán Tchiani, los ojos vuelven a posarse en Níger en las poblaciones de las que hemos estado hablando, pero también otras nuevas y movidas por otras circunstancias históricas: así estarían los peul y los tuareg y los árabes pero también los toubou. En este punto, recientemente ha cobrado importancia el Frente Patriótico de Liberación (FPL), formado por mayorías árabes y toubou y conocido por sus acciones de sabotaje contra el oleoducto que lleva el petróleo nigerino a Benín.
Aquí intervendrían otras dinámicas pero también dinámicas parecidas (Níger es otro mundo a tratar) pero hay que destacar que las relaciones entre los rebeldes nigerinos y los malienses son evidentes. Controlan amplias extensiones de territorio como las controlan los grupos yihadistas y las fronteras de Europa desparecen aquí para dejar paso a las fronteras volubles de África. Se conoce que tanto yihadistas como rebeldes cruzan de lado a lado tanto en Mali como en Níger como en Burkina Faso, que salen incluso a países vecinos como Argelia o Mauritania para encontrarse con familiares y aliados. El mapa del Sahel y del Sáhara son puntos que se unen y se quedan y vuelven a moverse en esa mezcla de lo itinerante y lo sedentario, asediando ciudades históricas como hicieron hace siglos y repitiendo el ciclo de la serpiente una y otra vez.
La realidad del norte de Mali es incluso más compleja de lo expresado en la brevedad de un artículo. Faltaría citar decenas de líderes y otra decena de organizaciones clave para su desarrollo, destripar lo que las define. Seguro que algún acrónimo está escrito en el orden incorrecto, que un mes era otro, pero Azawad es así, como un ovillo de lana sin tocar. Dentro esconde millones de laberintos.